Con dos anuncios en el partido de fútbol americano profesional más importante del año, queríamos cerciorarnos de que nuestro comercial de 15 segundos, «¿Quién es mi prójimo?», ampliara sobre el concepto presentado en el comercial de 60 segundos, “Lavar pies». Sentimos que, si íbamos a alentar a otros a amar a su prójimo, debíamos proporcionar una idea de a quiénes incluye esa palabra, y aunque existen algunas observaciones superficiales sobre quiénes serían esas personas, pensamos mejor en explorar la manera en la que Jesús definió a las personas como prójimo a través de sus acciones.
Lo que Jesús creía era simple y claro —toda persona es el prójimo—. Todos en todo el sentido de la palabra, no solo aquellos en nuestro círculo con quienes tenemos algo en común, sino también aquellos que no vemos, no valoramos ni invitamos a pasar. Es cierto, no siempre es fácil percibir a quienes no son seres queridos ni forman parte de nuestra vida cotidiana. En un mundo que a menudo se siente más digital que tangible, es evidente que nuestra capacidad para conectarnos se ha ido reduciendo. Y ni hablar de que nuestra atención está en siendo atraída en todo momento hacia lo que parecen infinitas direcciones.

De una manera muy distinta, Jesús enfrentó desafíos similares. Claro, él no tenía la distracción de un teléfono inteligente, pero era un tipo popular que atraía multitudes. La gente buscaba su atención, sin embargo, él se tomaba el tiempo para dársela a quienes nunca la recibían. Él les prestaba atención a quienes estaban enfermos de lepra y los consolaba. Esta era la gente que todos los demás ignoraban, y sin embargo, Jesús les mostraba un amor de prójimo. Entonces pensamos en la gente que nos pasa desapercibida al caminar por la calle, en el pasillo del supermercado o que incluso vive al lado nuestro. El ejemplo de Jesús nos sirvió como un recordatorio simple y poderoso, de que para él todas las personas son el prójimo. Así que quisimos que nuestro trabajo hiciera lo mismo.

Jesús a menudo predicaba con su ejemplo. Al hacerlo, nos llevó a otro tipo de prójimo: aquellos a quienes no valoramos. Durante la época de Jesús, las mujeres eran relegadas a roles subordinados en una sociedad dominada por los hombres, pero Jesús no se doblegó al statu quo. Él les hablaba a las mujeres en público, lo cual era un tabú social. Él defendía a las mujeres en momentos de injusticia y, además, las involucraba en su ministerio. Él valoraba a las mujeres más allá de sus roles tradicionales y las trataba con amabilidad e igualdad. En nuestro mundo, es fácil valorar a aquellos que comparten nuestros mismos valores o que pertenecen a nuestros mismos grupos, pero lo que nos inspiró fue la voluntad de Jesús de desafiar esa tendencia.
El tercer tipo de prójimo pareció saltarnos a la vista después de que examinamos la vida de Jesús. Nos dimos cuenta de que Jesús estaba inclinado a invitar a otros a pasar. Sus discípulos de confianza eran completos desconocidos, y aun así los invitó a formar parte de su vida y construyó su plataforma junto a ellos. Jesús pudo haber recurrido a su familia u otras personas conocidas de su juventud, pero su prerrogativa era encontrar allegados que fueran considerablemente diferentes a él y diferentes entre sí para juntarlos. En ese sentido, él iba profunda y deliberadamente en contra de la corriente.

Estos ejemplos nos parecieron contundentes y quisimos crear un anuncio que reflejara cómo podrían verse los desapercibidos, los subestimados y los excluidos en la vida de hoy en día. Una vez que vimos las imágenes, la idea de que cada persona es el prójimo nos tocó aún más. Vimos a cada una de estas personas como parte de un todo. Personas a las que deberíamos ofrecer compasión porque si ellas florecen, todos lo hacemos. Cada uno de uno nosotros es parte de una comunidad mayor. Jesús lo sabía muy bien. Por eso él quería que usáramos nuestras diferencias para iniciar conversaciones que puedan llevar a invitarnos los unos a los otros, en vez de mantenernos separados.


